Un día de julio de 2006 muy de mañana en Gulu (Uganda). Enfilo la polvorienta carretera hacia la ciudad y me encuentro con dos hombres filmando a unos niños que vuelven a sus casas después de haber pasado una de tantas noches en un refugio para menores que desde 2002 dormían –como muchos otros miles– por miedo a ser secuestrados por la guerrilla. Me paro a saludarlos. Uno de los dos cámaras es el director español Fernando León de Aranoa. Estaba trabajando en ‘Buenas noches, Ouma’, uno de los cinco capítulos de “Invisibles”, película que hace unos días fue galardonada con el premio Goya al mejor documental.
Es una pena que nuestros medios de comunicación acaban dedicando más espacio al traje que vestían las actrices durante la entrega de premios que a los valores que un trabajo cinematográfico puede transmitir. “Invisibles”, que fue estrenada en marzo del año pasado, es una de las mejores películas documentales realizadas en España durante los últimos años. Producida por Javier Bardem, y con la colaboración de prestigiosos directores como Javier Corcuera, Mariano Barroso, Isabel Coixet y Win Winders. Se rodó como un proyecto de la organización humanitaria Médicos Sin Fronteras y recoge cinco crisis olvidadas de varias partes del mundo: la enfermedad de Chagas en Bolivia, la violencia sexual contra las mujeres en la República Democrática del Congo, el secuestro de niños en el norte de Uganda, la enfermedad del sueño en la República Centroafricana y los desplazados internos en Colombia.
Poco después de rodar Fernando León su parte en Uganda, tuve la suerte de participar –de manera muy humilde– durante unos pocos días en el proceso de montaje revisando la traducción del acholi al español y comprobando algunos detalles en las secuencias. Me impresionó que, a pesar de presentar una realidad cruda y cruel en extremo como es el caso de miles de niños secuestrados para obligarlos a matar y realizar las peores atrocidades, Fernando León ha plasmado esta tragedia en imágenes de una gran belleza, dando una gran importancia a la luz. En Uganda brilla el sol con fuerza y quizás por eso en medio del miedo y la muerte siempre se queda uno con una esperanza que no muere y se enamora uno de las personas que a pesar de sus enormes sufrimientos saben sonreír, hablarte con sinceridad y transmitir un calor humano que se encuentra uno en pocos lugares del mundo.
No me gustan los “documentales sermones”. Quizás por eso me cautivó desde el primer momento el hecho de que no hay voces en “off” que narran los hechos, sino que son los propios niños –junto con tres trabajadores sociales ugandeses– los que cuentan sus historias, y lo hacen transmitiendo sus sentimientos, hablando de sus sueños, dejando escapar lágrimas que llegan a emocionarte cuando una de las niñas vueltas del infierno de la guerrilla termina diciendo “pido al mundo que haga algo para detener todo esto, porque aquí los niños nacemos y envejecemos con la guerra”. Es imposible permanecer sin reaccionar cuando niños que cuentan cómo les han arrebatado los mejores años de su vida cantan y bailan al ritmo de los tambores pidiendo a los guerrilleros que vuelvan a casa, y diciendo que el perdón es la única solución a la guerra.
Fernando León rodó más de 70 horas para editar su parte de apenas 25 minutos, sin duda los mejores del largo documental. Ni él ni sus colaboradores estuvieron en la gala de los premios Goya, sino que siguieron el transcurso de la ceremonia desde un bar de Madrid. Sé que se llevarían una enorme alegría cuando se anunció su galardón. Se lo merecen. Si ustedes que leen estas líneas tienen ocasión de acceder al DVD de “Invisibles” no se lo pierdan. Y si ya lo han visto, véanlo otra vez, contengan la respiración y sumérjanse otra vez en las aguas turbias del mundo real, que sin embargo tapamos con tantos subterfugios haciendo que la mayor parte de los seres humanos resulten invisibles. No dejen de mirarlos porque son nuestros.
(Fuente: blog “En clave de África”, 5/02/2008)
* José Carlos Rodríguez es sacerdote, misionero comboniano en Uganda